Es tiempo de
clásicas, tiempo de esas legendarias travesías
por el norte de Europa sorteando baches y adoquines por carreteras en las que
apenas cabe un coche, tiempo de echarse a las cunetas cerveza en mano para ver
pasar a los gigantes del mundo ciclista con sus maquinas, esos gigantes ahora
en boca de todos en las horas previas a las carreras más importantes: los Boonen, Cancellara, Sagan…nos
van a brindar a buen seguro varias emocionantes tardes de domingo. De algunas
de esas inolvidables tardes siempre habrá un recuerdo para uno de los grandes en
la historia de estas carreras de un día, el León de Flandes (con permiso
de Fiorenzo Magni) Johan Museeuw.
Este mito
del ciclismo belga y mundial estuvo 16 largas temporadas en la elite pasando de
ser un sprinter puntero en las llegadas de las grandes vueltas a ser uno de los
clasicomanos más laureados de todos los tiempos. Sus inicios fueron como
gregario de Eddy Planckaert en el AD
Renting y posteriormente el ciclista de Varsenare corrió en las filas del
conjunto Lotto hasta que en 1995 después de pasar por el GB (germen del
posterior equipo italo-belga) iba a pasar a la potente estructura Mapei (luego Domo y Quick Step),
escuadra que iba a gozar de un insultante dominio en las clásicas de la década
de los noventa. Esa hegemonía era tal, que en la temporada 1996 se presentaron
en solitario en el velódromo de Roubaix tres corredores con maillot de Mapei
los cuales tuvieron que repartirse la victoria en el Infierno del Norte a gusto del patrón del equipo Giorgio Squinzi, que dispuso como
ganador a Johan Museeuw por delante de los italianos Bortolami y Tafi. Era la
primera Roubaix de un Museeuw que ya gozaba en su palmarés con dos Tours de
Flandes, conseguidos de forma magistral en las temporadas 1993 y 1995, ya con
la dirección de Patrick Lefevre su
mentor para afrontar las clásicas primaverales.
Uno de los
momentos determinantes de su prolongada carrera profesional ocurrió en la
temporada de 1998, el implacable rodador belga venia de conseguir su tercer
Tour de Flandes, por delante de Zanini
y del también belga Andrei Tchimil,
lo que le ascendía a la categoría de leyenda del ciclismo de ese país y de
todos los tiempos, convirtiéndose en el león
de Flandes del ciclismo moderno. Una semana después se disputaba como es
costumbre la reina del adoquín, la Paris-Roubaix, con Museeuw como gran
aspirante a conseguir el mágico doblete Flandes-Roubaix. En el clásico terreno
embarrado entre Compiegne y Roubaix por las empadradas calzadas del norte francés
transcurría la carrera a la espera de la llegada a uno de sus puntos culminantes,
el temible Bosque de Arenberg o tramo de Wallers, uno de los pasos de adoquín
catalogado con cinco estrellas de dificultad. La mala suerte se iba a cebar con
el corredor flamenco, que iba a dar con una de sus rodillas en el empedrado
suelo del terrible Foret d’ Arenberg provocando la rotura del hueso y por supuesto
el abandono de la prueba. Durante los días posteriores una infección hizo temer
por la pierna de Museeuw, se hablaba de amputación de la misma y su consecuente
retirada del ciclismo profesional, una retirada por la puerta de atrás nada
merecida para el belga. Milagrosamente no hubo amputación y Johan Museeuw pudo volver a las
carreteras a demostrar su talento, y vaya si lo demostró. Dos años después de
su desafortunado incidente, en la temporada 2000, el León mostraba sus garras culminando una exhibición que comenzó a
casi 60 kilómetros a meta y llegando en solitario al velódromo de Roubaix por
delante de su compatriota Van Petegem y donde mostraba su recuperada rodilla a
todo el público asistente que enloquecía con la llegada del corredor de Mapei.
Dos años después en 2002, Museeuw se hacía con su tercera Roubaix que junto a
sus tres Tours de Flandes y al Campeonato del Mundo conseguido en
Lugano en 1996 (entre otras importantes victorias) le convierten en uno de los
grandes ciclistas de la historia moderna.
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