martes, 25 de agosto de 2015

ANGLIRU, PARAÍSO INFERNAL


Esta es la historia de Victor, un buen amigo que un dia se fijo un reto en el horizonte, conquistar los colosos del ciclismo en territorio astur entre ellos el mas temido L' ANGLIRU. Una bonita cronica de su aventura para todos los amantes del cicloturismo y del mundo de la bicicleta en general 
Hola amigos de Sin Cadena, me presento, mi nombre es Víctor Prieto. Soy un mezclador de música electrónica y coleccionista de vinilos, gran aficionado al ciclismo y ex ciclista amateur que hace unos meses tomó la decisión de retomar la práctica de tan maravilloso deporte. Durante varios años he practicado fútbol, natación y fitness pero el gen del que gusta de retorcerse por carreteras y caminos siempre ha estado muy presente. Bien, cuando decidí retomar los entrenos con la bicicleta, en mi cabeza siempre han estado dos cosas muy presentes. Una de ellas, volver a competir, algo que haré en breve y la otra ascender colosos que siempre tuve en mente. Uno de ellos y quizá el más trascendente: El Alto del Angliru. Cuando hablamos del Alto del Angliru, nos estamos refiriendo a uno de esas ascensiones que todo aficionado al ciclismo debe ascender al menos una vez en la vida. Sus 12,5 kms al 10% de media y sobre todo, sus 6 kms finales con rampas al 23,5% en los cuales parece que el tiempo se detiene, le confieren un aire de misticismo y dureza que lo deja a la altura de otras “salvajadas” como Mortirolo o Zoncolan. Su aparición en el panorama ciclista es relativamente reciente. Fue ascendido por primera vez en la Vuelta de 1999 con victoria del desaparecido Chava Jiménez y desde entonces ha totalizado un total de seis finales de etapa en la ronda española, la última de ellas en 2013. Durante estos años la fama de esta subida ha alcanzado niveles universales y ha levantado muchísima polémica cada vez que se ha ascendido en carrera, así que sin más dilación procedo a relataros mis aventuras y desventuras por tierras asturianas con la esperanza de animaros a intentarlo.
Martes 11 de agosto, llego a Pola de Lena aproximadamente a las 16h tras cuatro horas de viaje desde Madrid. Hace bastante frío para ser agosto y chispea a ratos, típico del microclima asturiano. En cuanto el dueño del hotel (Hotel Ruta de la Plata, más querecomendable amigos) me ve aparecer con la bici en el techo del coche se vuelca conmigo ayudándome y dándome indicaciones de rutas de la zona, no en vano, estoy a unos 100 mts de La Cobertoria y a un km del Cordal. Ideal para los que vamos a dejarnos los riñones por aquellas carreteras, de hecho hay más ciclistas alojados en el hotel. Durante esta primera conversación, aparece la palabra Angliru. La cara de este hombre cuando me escucha puede describirse quizá como “madrecita donde te vas a meter chaval” .Bien, tras instalarme y descansar una horita, decido bajar a hacer el que será el último test antes del coloso riosano, al cual tengo previsto ir el día siguiente. Son casi las 18h y el día continúa tapado aunque el sol asoma a veces y la temperatura ahora no es tan fría. Aún así el chubasquero es un fijo en la alineación junto a lo típico, sales, geles, galletas.. etc. Tras unas últimas indicaciones por parte del recepcionista, salgo en dirección hacia Riosa para hacer la ascensión al Alto del Cordal, coronar y en lugar de descender hacia Riosa, seguir por el Cuchu Puercu hasta el Alto de la Cobertoria para coronar este último y regresar hacia Pola de Lena. Pese a que he llegado a Asturias en un punto óptimo de forma, voy con dudas tras haber sufrido un mal día entrenando por Cercedilla unos días antes y con miedo a desgastarme cara al día siguiente. Comienzo a subir el Cordal con mucha calma, el puerto me recibe con un rampón al 13% lo cual estando frío es como si te visitase el tío del mazo antes de empezar prácticamente. La pendiente suaviza un poco y se va manteniendo más o menos llevadera con alguna rampa aislada del 15%. Lo más duro, durísimo, con picos del 16%, es el último kilómetro y medio a partir de la antigua mina de La Soterraña. Se me hace eterno literalmente y me obliga a meter todo prácticamente lo cual me deja algo “mosca” cara al día siguiente. 50 metros antes de coronar veo aparecer una pista forestal asfaltada que se pierde entre la niebla y la vegetación. Es el Cuchu Puercu, tal y como me habían comentado en el hotel y puedo afirmar que te hace sentir engullido por la montaña. Es una subida que alterna tramos de bajada con rampones y herraduras al 18% para rematar las fuerzas que ya empiezan a ir justitas. Es posiblemente la ascensión más bonita que he hecho en mi vida y te deja a mitad de camino hacia la cima de La Cobertoria, ascensión que corono sin mayores problemas pese al desgaste y a la lluvia. Extremo las precauciones en el descenso de retorno a Pola de Lena, no sin algún susto y con la mente en el día siguiente, aunque con dudas debido al sufrimiento pasado en el Cordal.
Miércoles 12 de agosto, tras el pertinente desayuno a base de lomo con lechuga, galletas y zumo de naranja y tras haber dormido como un lirón, procedo a preparar lo que será un día duro, muy muy duro. El día se levanta tapado pero hay previsión de sol durante el mediodía. La temperatura es muy agradable, ideal para sobrellevar el “sofocón” que me espera. Al igual que el día anterior, vuelvo a tomar dirección Riosa para ascender el Cordal. Vuelve a parecerme igual de duro que el día anterior, de hecho hacerlo como calentamiento cara a Angliru es jugar con fuego porque desgasta y mucho, sin embargo las piernas van respondiendo mejor, mucho mejor que el día anterior. Tras coronar, comienzo el descenso hacia Riosa, hidratándome y comiendo algo. Son 8 kilómetros aproximadamente muy tendidos pero con bastantes curvas, afortunadamente con asfalto seco lo cual reduce el riesgo de caída. Llego a Riosa y tras seguir las indicaciones veo el cartel que anuncia el inicio de la ascensión al Angliru. Inevitable parar y tomar la foto de rigor, ya con hormigueo en el estómago ya que el gran momento ha llegado. Los primeros 5 kilómetros los hago con calma y a un ritmo constante sin casi hacer cambios de desarrollo. Son bastante tendidos, mucho más que el Cordal por ejemplo, salvo alguna rampa al 14% al llegar a Porcío poco antes de llegar al área recreativa de Viapará donde hago una breve parada para rellenar mi bidón. Es inevitable mirar hacia arriba intentando buscar las paredes a las que voy a enfrentarme pero la niebla que ya ha hecho acto de aparición me impide visualizarlas. Abandono Viapará tras un breve tramo de bajada y todo sea dicho, los “cojones por corbata” ya que a partir de aquí comienza lo más duro de la subida con una rampa al 15% que paso sin mayor problema. A todo esto, es imprescindible ir siempre con un desarrollo holgado a partir de aquí, todo lo contrario puede ser motivo de desgaste innecesario y condenarte al fracaso un poco más arriba. Continúo subiendo y veo la famosa pintada en la carretera que reza: EMPIEZA EL INFIERNO, vamos, ideal para motivarte. Sólo un poco más tarde aparece la primera pared: La Cuesta les Cabanes. 400 metros con un pico máximo del 21,5%.
Una rampa terrible y en la que te sientes como si el mismísimo Lucifer te estuviese observando gozando del espectáculo y de tu sufrimiento. Tras esta bofetada inicial la subida se mantiene al 11% con repechos del 14 y 15. Miro mi pulsómetro y pese a ir justito de fuerzas veo que oscila entre 150 y 160 lo cual es buena señal y me anima a seguir para arriba. Tras pasar Llagos y Les Picones, la ascensión continúa por un larguísimo y desmoralizante tramo que no parece terminar jamás y que va a desembocar en la herradura de Cobayos y tras ella… La Cueña les Cabres, el tramo del horror, el más temido por profesionales y amateurs. Pese a la niebla, el quitamiedos deja entrever lo que me espera: 450 metros con un máximo del 23,5%. “Quien me mandaba meterme en este berenjenal” pienso al ver esa burrada pero ya no hay vuelta atrás. Inmediatamente meto TODO el desarrollo que me queda y según voy avanzando a no más de 3 km/h la carretera se inclina cada vez más hasta el punto de obligarme a hacer eses ya que la rueda delantera se me levanta y corro riesgo de caerme con la consiguiente imposibilidad de volver a iniciar la marcha. Cuando consigo pasar la Cueña, estoy a 190 pulsaciones y mi estado es como si me hubiera arrollado una manada de hipopótamos pero parar está prohibido. Hay que seguir subiendo mientras intento recuperar un ritmo medianamente llevadero. Quedan dos kilómetros de subida y aún hay que pasar dos paredes más. El Aviru al 21,5%  y Les Piedrusines al 20%. Se me hacen absolutamente ETERNOS, voy al límite de mí mismo y lo único que me mantiene dando pedales son la raza y los cojones. Cuando paso Les Piedrusines y veo la bajada que lleva hacia la explanada final no tengo fuerzas casi ni para mover algo más de desarrollo y simplemente me dejo llevar por la inercia. Al llegar a la explanada estoy vacío pero la sonrisa que tengo es como si hubiera llegado a
París vestido de amarillo. He empleado dos horas para cubrir la ascensión íntegra y esto me deja más contento aún ya que era el objetivo que me había marcado. Fotos de rigor, breve conversación con otros descerebrados como yo que han conseguido coronar y para abajo que el día se está encabronando más aún y todavía queda el descenso y la vuelta por la otra cara del Cordal. Durante la bajada voy tomando fotos que formarán un recuerdo único en mi vida y al parar en La Cueña me quedo anonadado, solamente mantenerse de pie es un logro. Da vértigo, mucho vértigo. Vuelvo a parar a recargar en Viapará y al salir comienza a llover fuertemente. Sólo unos metros más adelante y pese a ir con extremo cuidado… al suelo. Caída fea en la que me abraso codo y pierna. Al principio tengo tanto dolor que creo haberme roto algo pero afortunadamente remite un poco y con la ayuda de unos guardias civiles que salían de Viapará reemprendo la marcha aunque sangrando considerablemente. El chaparrón no me abandona en todo el resto de la ruta que transcurre por la cara riosana del Cordal, muy larga y tendida y que pese a ir justo de fuerzas y maltrecho del golpe, paso bastante cómodo y a un ritmo rápido y constante, al igual que el descenso hacia Pola de Lena en el que extremo precauciones. Al llegar al hotel, cura de heridas, ducha y cena con una sonrisa que tardaré en olvidar. He cumplido el objetivo de coronar el Alto del Angliru y pese al sufrimiento, ya estoy deseando volver cuanto antes. 


Amigos de Sin Cadena. Saludos y gracias, LARGA VIDA AL CICLISMO.

viernes, 7 de agosto de 2015

Historias de la Vuelta: Aquella batalla de Serranillos


Hablar de una batalla librada en medio de una cruel guerra es hacerlo probablemente de una de las más terribles formas de expresión humana, y  desafortunadamente este de la guerra y sus batallas es un mal que se sigue viviendo a diario en algunos rincones del planeta. Pero existen batallas deportivas difícilmente olvidables en el imaginario, algunas de ellas se han librado encima de una bicicleta surcando montañas. El caso que nos ocupa nos traslada al año 1983, exactamente a los primeros días del mes de mayo. En aquellos días se disputan las últimas jornadas de la Vuelta Ciclista a España. La presencia del Caimán Bernard Hinault es sin duda la gran atracción de esta edición, la número 38, de la ronda española. Enfrente del gran campeón francés, se encuentran como principales figuras, además de Marino Lejarreta o Alberto Fernández, los ciclistas del conjunto navarro del Reynolds, no obstante no iba a estar su principal baza, el abulense Ángel Arroyo, con una fractura en la muñeca. Otro de sus hombres fuertes, José Luis Laguia, comienza el prologo de Almussafes con una caída que le lleva a perder más de un minuto en meta, situación que emporaría días después con una segunda caída en la quinta etapa. Pedro Delgado por su parte enferma durante la etapa que acaba en Sabiñanigo, en un día recordado por el frio reinante añadido a la nieve, y pierde las opciones para disputar la clasificación general. Por tanto la esperanza para el plantel dirigido por José Miguel Echavarri, se llamaba Julián Gorospe, un joven ciclista vasco que cumplía su segunda campaña como ciclista profesional y que había comenzado la Vuelta con mejor pie que sus compañeros. La contrarreloj con final en Panticosa dejaba la peor versión de Hinault, y tanto Lejarreta, Fernández o el propio Gorospe sacaban un valioso tiempo al bretón. En uno de los momentos fundamentales en la historia de la ronda española, se asciende a los Lagos de Covadonga, entonces llamados Lagos de Enol que incluso algunos quisieron denominar Lagos de Hinault. La realidad fue otra y el astro del conjunto Renault no tuvo su mejor día en tierras astures. Días después con la disputa de la etapa cronometrada de Valladolid pudimos asistir a un pequeño resurgir de Hinault pero bien respondido por un Julián Gorospe que salía reforzado en el liderato de la prueba.

El ciclismo ha cambiado mucho y si a día de hoy tuviéramos un perfil como el que se desarrollaba aquella jornada camino de Ávila, hablaríamos de una etapa para escapadas sin posible transcendencia en la general. Dos puertos de primera, Peña Negra y Serranillos y un último de segunda, La Paramera, componían el periplo por la sierra abulense. En Peña Negra comienzan las hostilidades y algunos corredores como Alberto Fernández o Vicente Belda se intentan filtrar en sendas escapadas lo que hace que los hombres de líder tengan que ponerse a trabajar casi de inicio, con el desgaste que eso iba a suponer. Con la carrera destrozada los hombres fuertes de la general llegan a las rampas de Serranillos, los pocos aficionados presentes en la cuneta del puerto abulense desconocían que iban a ser testigos de una de las mayores exhibiciones que Bernard Hinault iba a realizar en su prolífica trayectoria. El Caimán además no estaba solo en su objetivo, le acompañaba como gregario de lujo en el Renault-Elf nada menos que un tal Laurent Fignon que ponía un ritmo infernal a la espera del ataque final de su líder. Y ese ataque había llegado. Hinault demarra violentamente y solo un excepcional Marino Lejarreta es capaz de seguir al ciclista francés. Por detrás José Luis Laguia compañero del líder Gorospe contiene la hemorragia de segundos en los últimos kilómetros de Serranillos, pero no será por mucho tiempo. Tanto en el descenso de Serranillos como en la última ascensión de la jornada, La Paramera, los minutos siguen en aumento y el dúo Lejarreta-Hinault ya ha contactado con los hombres que marchaban fugados. El final en Ávila, a diferencia del habitual empedrado que hemos visto en los últimos años, se encontraba enmarcado dentro de un velódromo. El pequeño alicantino Vicente Belda lo intentaba ya dentro de la pista pero nada pudo hacer, al igual que Marino, por impedir la victoria de un sublime Bernard Hinault que a dos días del final en Madrid sentenciaba prácticamente la que iba a ser su segunda Vuelta Ciclista a España. El joven e inexperto Gorospe pagaba la novatada y se presentaba derrotado y abatido en el velódromo con más de veinte minutos de desventaja sobre el ganador de la etapa en una de las jornadas más memorables de la historia de la Vuelta.